jueves, 20 de septiembre de 2007

Desánimo

Sucede cada cierto tiempo y de vez en cuando. Existen lugares comunes en la historia que, casi parecen cíclicos, y es como si se repitiera esa especie de abandono de los ideales. En la vida de cada uno de nosotros se rompe en el interior un jarrón y se hacen añicos las ilusiones. En el devenir de los colectivos se convierte en monotemática la monotonía.

No ocurre esto de cualquier forma. Se va preparando. Cuando alguien que nos acompañaba, abandona; en el momento en que caemos en la cuenta de no ver realizado en el otro lo que esperábamos que fuera; cuando la terca realidad desprecia el cambio; allí donde acumulamos pequeños fracasos y decepciones que estimamos sin importancia; al observar que nos vamos haciendo viejos y nada a nuestro alrededor da visos de mejorar...

Tampoco somos capaces de advertir las pequeñas señales que nuestro interior nos va mandando tímidamente, en forma de tristezas, de desganas, de pequeñas retiradas insignificantes, de renuncias a compromisos, de buscar encapsularnos.

Pasan desapercibidos a nuestros ojos el poco terreno que nos va dejando el mundo con el que no estamos del todo de acuerdo, para terminar justificando dónde estamos y adónde somos incapaces ya de marchar. El hilo de tela de araña es sutil, fino, casi invisible a nuestro alrededor, parece no existir pero está ahí. Nos hace creer libres, pero nos atenaza, nos inmoviliza y, de tanto estar parados, creemos que el mundo ya no se mueve y que el paisaje que vemos es el único que existe.

Hay muchas personas a las que el alma se les cayó a los pies, que caminan arrastrando un peso insoportable porque lo único que los hacía flotar, su alma, fue vendida al diablo de la mediocridad. Renunciaron a sus sueños. Las hay que son temerosas y que miran solamente al suelo, con miedo a los vuelos y a los sueños. Quieren abordar a los que se atreven y contarles un sueño de cocos y hombres del saco que roban ilusiones y dejan tristes. Perdieron la vida antes de inaugurarla y no quieren sentirse solos en este valle de lágrimas. Hay carroñeros, enterradores de utopías, cuyo único afán es vivir seguros en lo poco que tienen, sospechan de todos y sobrevuelan para certificar la muerte de las esperanzas.

Ante este panorama de lo práctico y lo útil que es conformarse es muy fácil dejarse arrastrar y concebir mundos pequeños y romos, realidades con orejeras, conformismos de salón y peluquería, vidas muelle, indolencias, almas que se vienen a menos,...desánimos

La esperanza es el alba, la luz, el zamarreo que puede hacer que vivamos una vida que hasta ahora podía ser prestada. La esperanza es la certeza de que la añoranza y el sueño vencen la realidad teñida de gris a fuerza de paletazos de color y cambio.

La esperanza es la construcción que empieza ahora de este edificio-mundo como lugar y casa para todos. La esperanza es el trabajo de muchos hombres y mujeres que creen que la felicidad se consigue a fuerza de tenacidad, y no en un bono de lotería de dineros que compran sólo cosas.

La esperanza es un niño, una estrella y un ángel. Todos llevamos dentro ese portal, esa puerta de ilusiones compartidas.

La esperanza es romper el tedio, el aburrimiento; romper la fotografía en la que, por aparecer todos, a algunos les cortan la cabeza y a otros los pies. Es vencer el miedo a ser distintos y vivir de ratos de sonrisas conseguidas por pequeños gestos solidarios. Significa tener hambre de mañanas y sed de nuevos soles. Poner los cimientos de un edificio llamado ciudad de la alegría y lugar de totalidad.

El desánimo es terco, la esperanza debe ser tenaz. Porque nada hay que pueda decir de aquí no me muevo, el universo es un continuo estar inquieto. La esperanza acompaña en camino hacia el infinito y reconoce lo que ya intuye. La esperanza sabe, la tristeza ignora.

¿Hay alguien que pueda decir que un niño nacido no es el adelanto del futuro? ¿Aquel Niño, veinte siglos de historia, realiza el futuro en cada hoy que se recuerda? Rompió hasta el marco de pobreza, para situar en nuestras casas un cuadro de grandezas.

El hombre es un ser grande, inmenso. Cosmos lleno de alegrías y miserias, elevado a la dignidad de hijo de Dios por contener en su interior un corazón que puede pulsar con los otros; tener ojos para soñar con los otros; manos para hacer con los otros; pies para llegar con los otros. La esperanza es la certeza. Llegaremos donde el Niño, seremos su compaña. Veremos con Él el futuro.

Te digo a ti, no decaigas. No te quedes sin alma. No te conviertas en carne errante, animal sin recuerdo ni memoria. Belén no es un sueño infantil ni un paraíso para idiotas. Creer no significa renunciar, sino inventar. Tener esperanzas no es ser ilusos, sino hombres y mujeres trabajados a fuerza de futuro.

Pedro Barranco.2007

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